miércoles, 6 de marzo de 2024

Tierra roja

1837, año de prosperidad, gozo y buena fortuna.
Mi casa, grande y fuerte ha sido construida desde los cimientos con los mejores materiales de la región, el techo es alto y grueso, cargado por grandes barrotes de madera de gran espesor.
Mi emporio ladrillero ha sido el más fructífero de la zona, todo gracias a la buena calidad de la tierra y a los peones que sangran sus manos con la herramienta para poder trabajarla.
Yo, por el contrario, mi columna desviada, con cojera desde que tengo uso de razón, sangrados de nariz al mínimo esfuerzo. Pero a pesar de todo ello, una bella esposa me acompaña, delgada como una espiga de trigo, blanca como los pétalos de una margarita y de hermosos ojos azules como el cielo más puro. Ella me ha regalado un par de crías de mi propia sangre, que gracias al creador solo heredaron mi color de cabello y mi apellido.
1839, año de la envidia y lo rapaz.
Una noche mientras la cena se servía, felices rodeábamos la mesa de roble europeo, a lo lejos logré escuchar un ruido similar al de un golpe de metal a una roca. No presté importancia y decidí terminar el sagrado alimento del fin del día.
Los niños a su habitación se retiraron y mi amada quiso descansar, yo por mi parte me senté en el sillón principal de la sala para descansar mi adolorida espalda. Entre pensamientos y recuerdos casi me quedo dormido, pero un estrepitoso ruido golpeando la ventana me exaltó, volteé como pude ya que mi movilidad era limitada por mis problemas de la espina, y a la luz de una tenue vela miré una sombra que corrió por el pasillo de la entrada principal de la sala al comedor, me apresuré y grité fuertemente que se alejara. Mi exaltación fue en vano, un fuerte golpe en la cabeza me tiró al piso, y con un lago de sangre me dieron por muerto para así llevarse mi cofre con las ganancias de mi emporio de tierra roja, eso y alguna que otra baratija que pareciera ser ostentosa.
1841 año del desden.
Pasaron dos años ya desde el ataque, no pude seguir invirtiendo en la extracción y cocimiento de tierra. La pobreza me ha alcanzado, mi casa se cae rápidamente por las constantes lluvias, ningún peon sirve a este pobre y mal formado hombre. Veo con tristeza que mi bella esposa me detesta, pareciera que nunca hubo amor, solo interés. Una fría noche de los primeros días de enero simplemente se fue, llevándose a mis dos pequeños consigo. 
Pasan los meses y no puedo siquiera alimentarme, los ladrones volvieron cuando fui en busca de leña. 
Mi casa vacía, tan vacía como yo. La tierra sigue siendo roja, pero de nada sirve si no puedo trabajarla. Mi desesperación y mi desvelo me consume con el paso de los días.
1842 año de la decisión.
Sentado en el escalon de piedra, padeciendo un brutal invierno, en los huesos y abandono he decidido ponerme de pie y caminar. Caminé lejos, tanto como pude. Miré un árbol de encino y me recosté bajo su sombra, pensando en lo cruel del destino me quedé dormido y mientras dormía  soñaba que un ave roja me preguntaba que si quería seguir mi camino o esperar con el la primavera. Ahí en mi sueño lo decidí, decidí esperar junto al ave el calor de la primavera y seguir durmiendo hasta que llegara. Nunca más mi cuerpo despertó.
1856 año del reencuentro.
Uno de mis hijos decidió volver, su madre está enferma, el regresó a buscarme ya que no estaba más bajo el yugo de su secuestro.
Él no me encontró en la casa, salió a buscar a un anciano con la espalda torcida. Ahí lo recibí bajo aquel encino, en huesos y costillas, él supo que era yo por aquella columna curvada aún sostenida por cueros secos. Con mucho amor recogió mis huesos y me llevó al antiguo cementerio familiar, mismo donde levantó una tumba de ladrillo rojo, igual al que él veía que se producía en los hornos.
Mi hijo volvió a casa, con sus manos trabajó la tierra roja y buena, removió los males y volvió a la vida a aquella sala que su suelo pintó de carmín tras el robo de mis riquezas, riquezas que eran de mis hijos también.
La vida volvió a mi, no de un forma real, sino presentada en esa estación primaveral que esperé al dormir, el ave roja se posó en mi hombro y juntos caminamos, dejé de sentir dolor y pesar, por fin descansé en paz. 

Memento Mori.

viernes, 15 de abril de 2022

Firmamento

Me sentaba todas las tardes en la parte más alta de una colina al lado de la playa viendo el sol caer. A mi espalda, el árido suelo con piedras afiladas y arbustos espinosos que albergaban pequeños reptiles los cuales huían del inclemente sol, ese sol que te cuece la piel y te seca hasta convertirte en una cáscara vieja y corriosa si tienes mala suerte.
      La última vez que estuve ahí, en esa colina, quise darme un poco más de tiempo para poder admirar el firmamento nocturno. Así fue, cayó la noche y rápidamente las estrellas lucían con belleza sus destellos adiamantados, de vez en cuando una coqueta estrella fugaz, con su estela lumínica embellecía el oscuro fondo del universo.
      Ya es media noche y necesito regresar a mi hogar, ahí me esperan mi perro y mi joven mujer, ellos en nuestra pequeña choza de piedra y barro, con olor a leña quemada y noches frías . Me levanto y camino por el sinuoso sendero que debo recorrer para llegar con mis compañeros de vida. 
      Mientras recorro la vereda, las agresivas espinas me laceran los brazos, traspasan las botas con las que calzo y me lastiman los pies. La noche, por contrario del día, son gélidas, igual de mortales que el día más caluroso de verano. Apresuro mi paso para no tener que pernoctar a la interperie, los animales me observan desde la profunda penumbra y sus ojos reflejan una tenue luz que me llena de temor por incertidumbre de no saber qué asecha. Sigo presuroso y entre matorrales decido tomar un atajo, esto sin saber que sería la peor decisión de mi vida. 
      Con la prisa, la desesperación y el temor nocturno no pongo atención de lo que hago, tanto así que una de las rocas del camino provoca un fatídico tropiezo haciéndome caer a un nada profundo zanjón natural de formación rocosa que estaba entre las ramas secas de un viejo arbusto, la caída al suelo provocó que me golpeara dorrectame en la frente de forma abrupta y seca, tal cual patada de equino, con la fuerza suficiente para arrebatar mi vida sin batallas ni reniegos.
      Heme aquí, ya sin calor en el cuerpo, y escondido entre los matorrales, nunca pude llegar a casa, nunca pude recostarme en mi catre con mi amada y mi guardián de hogar. Solo puedo verme a mí, tirado en el zanjón, observando como el día acelera mi putridez y como la noche invita a los pequeños animales a darse un festín cono carne. Heme aquí, sin consuelo, sin abrazo, observando cada noche el basto firmamento, gusto por el cual he fracasado en el mundo de las vidas. Hoy, hecho polvo y porosos huesos blanquesinos por el sol, desaparesco en la perpetua zona de mi muerte, no me puedo alejar pero eso no desespera. No hay tristeza ni gloria, solo yo, el sol y la noche 

domingo, 21 de noviembre de 2021

Abandono

Derrumbado por la soledad y el olvido, en la inhóspita tierra que con su desértico viento me desmorona. Así me encuentro en el día y en la noche. Raramente un animal salvaje se me ha acercado desde el último día en el que dieron el bocado final a mi carne.
   Ya no siento nada desde el día que dejé de respirar, ya no me oyen porque no puedo hablar, pero no me importa porque de eso nada ocupo. Y aunque puedo darme cuenta de todo, de mí ya no queda casi nada.
   La memoria para mí ha desaparecido y  no precisamente porque yo haya perdido el recuerdo, sino porque ya en el recuerdo de nadie existo.
   Parece mentira, pero llevo más tiempo aquí en el mismo sitio que el tiempo que pasé en lo terrenal, mientras me codeaba con las personas de la alta sociedad y platicábamos de las cosas banales de la vida, pero que sin lugar a dudas nos llenaban de ese estúpido regocijo por el poder tener lo que los otros no tenían.
   Todo se terminó aquél día en el que decidí visitar la antigua casona de mis antepasados, la cual, por supuesto había heredado a mi favor. Se encontraba en medio de dos colinas, justo al lecho de un incipiente arroyo, todo estaba repleto de maleza a medio secar. Caminaba entre ella para poder acercarme a la majestuosa puerta de roble rojo. Con trabajo pude llegar hasta ella.
   Dentro de la casa un ambiente lúgubre se percibía, el polvo, las telarañas y el olor a moho me tenían desorientado. Visité todas las habitaciones que en estado de descuido y desorden se encontraban. Salí de ahí por una sensación de incomodidad, porque en realidad no me agradaba ese sitio dirigiéndome hacia el arroyo. 
   Estando a escasos pasos escuché una voz que me dijo en tono misterioso "acércate", no entendí y esta repitió "acércate". Pude percatarme que esa voz venía de un arbusto de chicura que se encontraba particularmente verde. Me acerqué y entre las ramas, tirado en el suelo, encontré un cráneo viejo, un cráneo humano. Decidí levantarlo y cuando estaba entre mis manos, lo miré fijamente a la cuenca de los ojos. En ese momento un escalofrío recorrió mi cuerpo, junto con una sensación eléctrica. En ese mismo instante, en un parpadeo ya estaba en el suelo, Mismo suelo del que solo puedo levantarme cuando a lo lejos escucho a mismo hombre acercarse y con el misterio del por qué lo hago, pero solo puedo repetir la palabra "acércate".

martes, 27 de octubre de 2020

La tumba fría.

 La tumba fría.

Las noches inclementes pasan y cada vez está más sola. Abandonada en uno de los antiguos rincones del derruido camposanto, ensimismada en su sólida estructura de cantera rosa, reposa tumbada en el suelo aquella misteriosa tumba.

No sé si ha pasado ya más de un siglo, o si está por cumplirse desde que me dejaron aquí, lo que sí sé es que cada vez estoy más solo, algunos de los que estaban conmigo han logrado desaparecer ascendiendo o descendiendo según sus casos, pero yo sigo aquí. Nadie puede ver a los que estamos en este plano de abandono y de silencio abrumador, es tan desesperante como lo es triste. Entre los que somos iguales no podemos hablarnos aunque quisiéramos, estamos atados cada uno a nuestras sepulturas, estamos condenados a vernos como si fuéramos una parte de la nada pero que sabemos que existe.

He llegado a la conclusión de que no hay peor tortura que la espera después de la muerte, vaya, ni cuando viví llegué a sentir tal desespero. Solo estoy esperando para poder saber qué es lo que pasará con lo que pienso que soy, ya que aún no aclaro si soy el alma de lo que fui en vida o si solo soy un recuerdo que está atorado después de la muerte para después ser borrado, no lo sé y tampoco sé si lo sabré. la tortura comenzó cuando supe que no podría decir palabra alguna, solo estaba ahí parado frente a mi tumba sin poder dar un paso y ni siquiera emitir sonido alguno. Si no estuviera muerto diría que la desesperación me mataría.

Los primeros años fueron de lucha constante y desgastante para poder salir del área que delimita mi tumba, todo fue inútil, por más esfuerzo que realizaba, la misma fuerza misteriosa no dejó que pudiera dar un paso fuera, siempre el mismo sentir paralizaba mi débil esencia, era como si mil rayos me cayeran desde el cielo y me convirtieran en cenizas. Todas mis luchas fueron en vano y hasta en la muerte me he sentido cansado, cansado de hacerme cenizas y reformarme lenta y desgastantemente. Desistí creo que al pasar la primera década, intenté llorar pero eso no se nos da a los muertos, a pesar de la creencia de la gente, o bien, yo y los que me han rodeado nunca han llorado, al contrario nunca existe expresión en nuestros rostros a pesar de miles de veces sentir miedo, horror y pánico por la incertidumbre que genera tal prisión.

Nunca nadie me ha visto, pero escasas tres personas me han podido percibir. El primero fue un vivo, un anciano de unos noventa años que se paró frente a mi lápida y lloró como nunca nadie lo había hecho sobre mi fría tumba. Me sentí destrozado, era inexplicable cómo el sentir de ese anciano me podía estremecer. Puse mi mano sobre su hombro. pudo sentirme y cuando lo hizo dijo: “hijo de mi alma, te he extrañado todos y cada uno de los días desde que te fuiste”. Era mi padre que con el paso de más de medio siglo se había vuelto irreconocible para mí ya que yo seguía siendo exactamente igual que cuando morí. Esas palabras que él pronunció tuvieron un efecto más destructivo en mí que las de la fuerza que nunca ha dejado irme. Todo se apagó, era una oscuridad absoluta, nunca había pasado eso. Después de que las cosas pudieron ser visibles para mí, mi padre ya no estaba. Esa fue la

última vez que lo miré. La segunda persona que pudo sentirme fue una niña que jugaba entre las tumbas viejas y mientras se acercaba a mi morada yo pensaba en lo corto de la vida y lo largo de la muerte. Ella se aproximó hasta pararse exactamente frente a mí, parecía que pudiera verme. De pronto sonrió con aquella dulzura de la infancia plena y se fue al escuchar la voz de su madre que la llamaba. La última persona fue fatídica, se trataba de una santera o bruja que merodeaba en ocasiones por este lugar y mientras practicaba un intenso ritual que volvía la atmósfera pesada y turbia para nosotros los muertos. Logró sentirme con el dedo medio de la mano derecha, ya doblado por la artritis señaló exactamente hacia mi tumba lanzando un verso agresivo e irreconocible ya que parecía una lengua muerta, el cual me enterró dentro de mi tumba y me encerró en mi ataúd obligándome a ver de cerca lo que quedaba de lo que fue alguna vez mi cuerpo. El rostro era ya una calavera polvosa y en mi cráneo se podían encontrar pedazos de piel seca con mechones de cabello, en mi mano derecha aún tenía puesto el anillo que obtuve al ingresar a la orden de la masonería. El encierro fue pesado, pero con esfuerzo logré ponerme de pie y regresar a donde sentía que debía. Cuando salí de mi podrida y desgastada caja, la bruja se regocijaba y bebía la sangre de una gallina negra, le escurría por el cuello y se derramaba hasta manchar la piedra de mi sepulcro.

Después de esos aconteceres todo ha sido calmo y solo, vacío de sentido pero lleno de desesperanza. Pero heme, aquí suplicando la respuesta que de significado a las tortuosas esperas del purgatorio.



Ni las piedras son eternas.

 Ni las piedras son eternas.

Cuánto nos preguntamos por la eternidad y su gloria, y ese vacío que se nos forma en el interior al pensar en lo que pasará cuando ya no podamos estar aquí nos desespera, aunque no lo parezca. Deseamos llenos de esperanza la eternidad del descanso y de esta manera nos inventamos la paz. ¿Nos espera en realidad la eternidad?, ¿estaremos consientes de ella?, preguntas que en realidad nos abruman en vez de darnos alivio.

El cuerpo se desintegra guardado en un apretado cajón y engavetado en paredes de cemento. Y mientras eso pasa, el tiempo se encarga de que cada vez sean menos las memorias en las que existas, el tiempo se convierte en el entierro más pesado con el que puedas estar sepultado. Entonces, ¿Vale la pena la eternidad?, Son pocos los que con el paso de los siglos están presentes en el pensamiento, y para ello, en vida se tuvo que ser extraordinario por lo bueno o por lo malo, así y solo así podrás ser recordado por unas cuantas generaciones.

En tu sepulcro serán edificados monumentos de piedra o hierro, pero ni ello es eterno. El mismo tiempo que te sepulta bajo su gran peso se encargará de desmoronarlos, se encargará de borrar las escrituras de tu epitafio, desaparecerá tu nombre grabado y dejarás de haber existido alguna vez.

Nos damos cuenta que la gloria de la eternidad no existe mas que en el pensamiento y en la esperanza infundada por el miedo. Ni tú ni yo a través del tiempo y su cruel olvido, ni la acción ni la carne perdura, y esto porque ni las piedras son eternas.



El verso del alma sola.

 El verso del alma sola.

Entre panteones divagas por las noches, tus tristes huesos yacen bajo la tierra que sin compasión ya los ha corroído hasta dejarlos en casi nada. Entre las tumbas frías te posas en las noches que sin duda los horrores a tus visitantes les provocas, te meces tan fácil con las brisas de los vientos que los polvos de los suelos ya levantan. A lo lejos pueden oírse unos sórdidos pasos que llenan de memorias de una vida ya pasada y abrumada por tristezas esta misma se acaba. Ya no puedes correr, pero con la magia de la muerte y el encierro tú deambulas como espectro cual si vida te sobrara. Tú misma gritaste ¡no me teman, aquí sigo!, pero con horrores quien te escucha se va y olvida tu morada.


martes, 4 de agosto de 2020

Eternidades.

Recorres con tus lentos y pesados pasos los desgastados caminos del viejo cementerio, que repletos de maleza dificultan el andar de los vivos como tú. Pero solo a ustedes la maleza les estorba, a nosotros no nos importa, porque no nos importa aquello que no nos toca.
Hace muchos años dejé de extrañar el sentir de las ramas que me tocaban los brazos, hace tiempo deje de extrañar los aromas a las velas, de los árboles, del café, de la vida.
Veo a muchos como tú que caminan entre nuestros hogares eternos, pero sus ropas son muy diferentes a las que existían en aquel antiguo tiempo en que fui como ustedes.
Pensé alguna vez que mi vida fue larga, pero lo único cierto es que lo que perdura para siempre es el sueño perpetuo.
Aquellos magestuosos nichos que a nuestra memoria se construyen en el pasado, con el tiempo se destruyen, por las aguas y los rayos que caen del cielo o por los vientos que se deslizan a sus bordes. Estos nichos se derrumban, como se derrumba la descendencia que algunos pudieron concebir. 
Al final todos venimos aquí y en el mismo suelo nos desmoronamos.
No hay glorias ni calvarios, no hay penas ni banquetes. 
Las gracias, las virtudes, los pecados y los amores de la vida, solo se convierten, se convierten en eternidades.

Tierra roja

1837, año de prosperidad, gozo y buena fortuna. Mi casa, grande y fuerte ha sido construida desde los cimientos con los mejores materiales d...