La tumba fría.
Las noches inclementes pasan y cada vez está más sola. Abandonada en uno de los antiguos rincones del derruido camposanto, ensimismada en su sólida estructura de cantera rosa, reposa tumbada en el suelo aquella misteriosa tumba.
No sé si ha pasado ya más de un siglo, o si está por cumplirse desde que me dejaron aquí, lo que sí sé es que cada vez estoy más solo, algunos de los que estaban conmigo han logrado desaparecer ascendiendo o descendiendo según sus casos, pero yo sigo aquí. Nadie puede ver a los que estamos en este plano de abandono y de silencio abrumador, es tan desesperante como lo es triste. Entre los que somos iguales no podemos hablarnos aunque quisiéramos, estamos atados cada uno a nuestras sepulturas, estamos condenados a vernos como si fuéramos una parte de la nada pero que sabemos que existe.
He llegado a la conclusión de que no hay peor tortura que la espera después de la muerte, vaya, ni cuando viví llegué a sentir tal desespero. Solo estoy esperando para poder saber qué es lo que pasará con lo que pienso que soy, ya que aún no aclaro si soy el alma de lo que fui en vida o si solo soy un recuerdo que está atorado después de la muerte para después ser borrado, no lo sé y tampoco sé si lo sabré. la tortura comenzó cuando supe que no podría decir palabra alguna, solo estaba ahí parado frente a mi tumba sin poder dar un paso y ni siquiera emitir sonido alguno. Si no estuviera muerto diría que la desesperación me mataría.
Los primeros años fueron de lucha constante y desgastante para poder salir del área que delimita mi tumba, todo fue inútil, por más esfuerzo que realizaba, la misma fuerza misteriosa no dejó que pudiera dar un paso fuera, siempre el mismo sentir paralizaba mi débil esencia, era como si mil rayos me cayeran desde el cielo y me convirtieran en cenizas. Todas mis luchas fueron en vano y hasta en la muerte me he sentido cansado, cansado de hacerme cenizas y reformarme lenta y desgastantemente. Desistí creo que al pasar la primera década, intenté llorar pero eso no se nos da a los muertos, a pesar de la creencia de la gente, o bien, yo y los que me han rodeado nunca han llorado, al contrario nunca existe expresión en nuestros rostros a pesar de miles de veces sentir miedo, horror y pánico por la incertidumbre que genera tal prisión.
Nunca nadie me ha visto, pero escasas tres personas me han podido percibir. El primero fue un vivo, un anciano de unos noventa años que se paró frente a mi lápida y lloró como nunca nadie lo había hecho sobre mi fría tumba. Me sentí destrozado, era inexplicable cómo el sentir de ese anciano me podía estremecer. Puse mi mano sobre su hombro. pudo sentirme y cuando lo hizo dijo: “hijo de mi alma, te he extrañado todos y cada uno de los días desde que te fuiste”. Era mi padre que con el paso de más de medio siglo se había vuelto irreconocible para mí ya que yo seguía siendo exactamente igual que cuando morí. Esas palabras que él pronunció tuvieron un efecto más destructivo en mí que las de la fuerza que nunca ha dejado irme. Todo se apagó, era una oscuridad absoluta, nunca había pasado eso. Después de que las cosas pudieron ser visibles para mí, mi padre ya no estaba. Esa fue la
última vez que lo miré. La segunda persona que pudo sentirme fue una niña que jugaba entre las tumbas viejas y mientras se acercaba a mi morada yo pensaba en lo corto de la vida y lo largo de la muerte. Ella se aproximó hasta pararse exactamente frente a mí, parecía que pudiera verme. De pronto sonrió con aquella dulzura de la infancia plena y se fue al escuchar la voz de su madre que la llamaba. La última persona fue fatídica, se trataba de una santera o bruja que merodeaba en ocasiones por este lugar y mientras practicaba un intenso ritual que volvía la atmósfera pesada y turbia para nosotros los muertos. Logró sentirme con el dedo medio de la mano derecha, ya doblado por la artritis señaló exactamente hacia mi tumba lanzando un verso agresivo e irreconocible ya que parecía una lengua muerta, el cual me enterró dentro de mi tumba y me encerró en mi ataúd obligándome a ver de cerca lo que quedaba de lo que fue alguna vez mi cuerpo. El rostro era ya una calavera polvosa y en mi cráneo se podían encontrar pedazos de piel seca con mechones de cabello, en mi mano derecha aún tenía puesto el anillo que obtuve al ingresar a la orden de la masonería. El encierro fue pesado, pero con esfuerzo logré ponerme de pie y regresar a donde sentía que debía. Cuando salí de mi podrida y desgastada caja, la bruja se regocijaba y bebía la sangre de una gallina negra, le escurría por el cuello y se derramaba hasta manchar la piedra de mi sepulcro.
Después de esos aconteceres todo ha sido calmo y solo, vacío de sentido pero lleno de desesperanza. Pero heme, aquí suplicando la respuesta que de significado a las tortuosas esperas del purgatorio.

No hay comentarios:
Publicar un comentario