Mi casa, grande y fuerte ha sido construida desde los cimientos con los mejores materiales de la región, el techo es alto y grueso, cargado por grandes barrotes de madera de gran espesor.
Mi emporio ladrillero ha sido el más fructífero de la zona, todo gracias a la buena calidad de la tierra y a los peones que sangran sus manos con la herramienta para poder trabajarla.
Yo, por el contrario, mi columna desviada, con cojera desde que tengo uso de razón, sangrados de nariz al mínimo esfuerzo. Pero a pesar de todo ello, una bella esposa me acompaña, delgada como una espiga de trigo, blanca como los pétalos de una margarita y de hermosos ojos azules como el cielo más puro. Ella me ha regalado un par de crías de mi propia sangre, que gracias al creador solo heredaron mi color de cabello y mi apellido.
1839, año de la envidia y lo rapaz.
Una noche mientras la cena se servía, felices rodeábamos la mesa de roble europeo, a lo lejos logré escuchar un ruido similar al de un golpe de metal a una roca. No presté importancia y decidí terminar el sagrado alimento del fin del día.
Los niños a su habitación se retiraron y mi amada quiso descansar, yo por mi parte me senté en el sillón principal de la sala para descansar mi adolorida espalda. Entre pensamientos y recuerdos casi me quedo dormido, pero un estrepitoso ruido golpeando la ventana me exaltó, volteé como pude ya que mi movilidad era limitada por mis problemas de la espina, y a la luz de una tenue vela miré una sombra que corrió por el pasillo de la entrada principal de la sala al comedor, me apresuré y grité fuertemente que se alejara. Mi exaltación fue en vano, un fuerte golpe en la cabeza me tiró al piso, y con un lago de sangre me dieron por muerto para así llevarse mi cofre con las ganancias de mi emporio de tierra roja, eso y alguna que otra baratija que pareciera ser ostentosa.
1841 año del desden.
Pasaron dos años ya desde el ataque, no pude seguir invirtiendo en la extracción y cocimiento de tierra. La pobreza me ha alcanzado, mi casa se cae rápidamente por las constantes lluvias, ningún peon sirve a este pobre y mal formado hombre. Veo con tristeza que mi bella esposa me detesta, pareciera que nunca hubo amor, solo interés. Una fría noche de los primeros días de enero simplemente se fue, llevándose a mis dos pequeños consigo.
Pasan los meses y no puedo siquiera alimentarme, los ladrones volvieron cuando fui en busca de leña.
Mi casa vacía, tan vacía como yo. La tierra sigue siendo roja, pero de nada sirve si no puedo trabajarla. Mi desesperación y mi desvelo me consume con el paso de los días.
1842 año de la decisión.
Sentado en el escalon de piedra, padeciendo un brutal invierno, en los huesos y abandono he decidido ponerme de pie y caminar. Caminé lejos, tanto como pude. Miré un árbol de encino y me recosté bajo su sombra, pensando en lo cruel del destino me quedé dormido y mientras dormía soñaba que un ave roja me preguntaba que si quería seguir mi camino o esperar con el la primavera. Ahí en mi sueño lo decidí, decidí esperar junto al ave el calor de la primavera y seguir durmiendo hasta que llegara. Nunca más mi cuerpo despertó.
1856 año del reencuentro.
Uno de mis hijos decidió volver, su madre está enferma, el regresó a buscarme ya que no estaba más bajo el yugo de su secuestro.
Él no me encontró en la casa, salió a buscar a un anciano con la espalda torcida. Ahí lo recibí bajo aquel encino, en huesos y costillas, él supo que era yo por aquella columna curvada aún sostenida por cueros secos. Con mucho amor recogió mis huesos y me llevó al antiguo cementerio familiar, mismo donde levantó una tumba de ladrillo rojo, igual al que él veía que se producía en los hornos.
Mi hijo volvió a casa, con sus manos trabajó la tierra roja y buena, removió los males y volvió a la vida a aquella sala que su suelo pintó de carmín tras el robo de mis riquezas, riquezas que eran de mis hijos también.
La vida volvió a mi, no de un forma real, sino presentada en esa estación primaveral que esperé al dormir, el ave roja se posó en mi hombro y juntos caminamos, dejé de sentir dolor y pesar, por fin descansé en paz.
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