La última vez que estuve ahí, en esa colina, quise darme un poco más de tiempo para poder admirar el firmamento nocturno. Así fue, cayó la noche y rápidamente las estrellas lucían con belleza sus destellos adiamantados, de vez en cuando una coqueta estrella fugaz, con su estela lumínica embellecía el oscuro fondo del universo.
Ya es media noche y necesito regresar a mi hogar, ahí me esperan mi perro y mi joven mujer, ellos en nuestra pequeña choza de piedra y barro, con olor a leña quemada y noches frías . Me levanto y camino por el sinuoso sendero que debo recorrer para llegar con mis compañeros de vida.
Mientras recorro la vereda, las agresivas espinas me laceran los brazos, traspasan las botas con las que calzo y me lastiman los pies. La noche, por contrario del día, son gélidas, igual de mortales que el día más caluroso de verano. Apresuro mi paso para no tener que pernoctar a la interperie, los animales me observan desde la profunda penumbra y sus ojos reflejan una tenue luz que me llena de temor por incertidumbre de no saber qué asecha. Sigo presuroso y entre matorrales decido tomar un atajo, esto sin saber que sería la peor decisión de mi vida.
Con la prisa, la desesperación y el temor nocturno no pongo atención de lo que hago, tanto así que una de las rocas del camino provoca un fatídico tropiezo haciéndome caer a un nada profundo zanjón natural de formación rocosa que estaba entre las ramas secas de un viejo arbusto, la caída al suelo provocó que me golpeara dorrectame en la frente de forma abrupta y seca, tal cual patada de equino, con la fuerza suficiente para arrebatar mi vida sin batallas ni reniegos.
Heme aquí, ya sin calor en el cuerpo, y escondido entre los matorrales, nunca pude llegar a casa, nunca pude recostarme en mi catre con mi amada y mi guardián de hogar. Solo puedo verme a mí, tirado en el zanjón, observando como el día acelera mi putridez y como la noche invita a los pequeños animales a darse un festín cono carne. Heme aquí, sin consuelo, sin abrazo, observando cada noche el basto firmamento, gusto por el cual he fracasado en el mundo de las vidas. Hoy, hecho polvo y porosos huesos blanquesinos por el sol, desaparesco en la perpetua zona de mi muerte, no me puedo alejar pero eso no desespera. No hay tristeza ni gloria, solo yo, el sol y la noche
No hay comentarios:
Publicar un comentario